Araceli Otamendi: Como la naranja (Cuento en castellano)


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Como la naranja (Cuento)

Se pasea como en la canción, de la sala al comedor.*

Sabía que en cualquier momento el tenedor o el cuchillo o los dos a la vez le iban a caer encima y se paseaba como la naranja.

Sobre todo los sábados por la noche, cuando empezaba a notar las ausencias, a pasar revista por el pasado.

En cualquier momento abriría una lata de paté de foie para untar una a una las galletitas guardadas en la lata del armario. La lata decorada de cuando recién se casó.

Tenía la ilusión de la duración de las cosas, del renacimiento de las amistades, como las plantas y los árboles del jardín, se le ocurría a veces que todo podia renacer, renovarse como ocurría en la naturaleza. La higuera parecía ser la excepción: le habían arrancado muchas veces los frutos, le faltaba riego,  el maltrato la había secado en parte. Pensar en el renacimiento del amor era demasiada ambición, lo descartaba.

Pensaba llamar a una amiga o a dos para conversar, o tal vez para jugar a las cartas. Hacía tiempo que no se reunían para jugar al Chinchón. Después de todo no era algo tan aburrido como mirar televisión. Siempre se podía hablar, comer algo, tomar algo, enterarse de las novedades que cada una tenía.

Tal vez empezar a tejer algo, alguna cosa, un proyecto, aunque solo fuera una bufanda o un almohadón.

O en hacer un viaje con esas amigas, subirse a un barco o a un avión, aunque la experiencia del crucero había sido más mala que buena.

Empezó a anotar en un cuaderno los proyectos, los pro y contra de todo lo que se iba ocurriendo.

Puso crucero. Pero eso era algo del pasado, ya había hecho un crucero de la línea "C"que le había resultado un fiasco, caro e inútil. Con esas amigas Marisa y Martha, las dos empezaban con "m". A veces no quería pensar. Todas profesionales, pero no con la vocación cumplida. Ahora una tiraba las cartas, el tarot para los amigos y la otra no paraba de escribir haikus. 

La última vez que estuvo con ellas tenía ganas de tirarle el mazo de cartas y el libro de haikus traducido al inglés y al francés por la cabeza. Le gustaba más la conversación, las historias, la improvisación.

Las sombras de las hojas del jardín se agigantaban, hacían ruido, el viento se filtraba por las rendijas y deseaba, por momentos estar en otro lugar, ,pero ¿dónde?

El crucero con destino último a una isla había sido un desastre. Primero, al salir el barco chocó contra un muelle. Vuelta al puerto, sin moverse nadie, esperando la nueva salida, vistiéndose de gala para comer a la noche. Y bailar con el capitán con suerte.

¿Eso era un viaje? 

Después de una travesía de varios días, bastante monótona, el crucero amarró en una islita, no la de destino final. Fueron pocas horas, las necesarias para bajar a tierra y recorrer un poco. Todo lo que veía eran necesidades, pobreza. Compró algunas cosas como para no volver con las manos vacías. Se aburrió mucho, Marisa se enfermó, ella debió cuidarla, compartían el camarote. El capitán hacía cada noche una celebración distinta en el restaurante del barco. Hasta cantaron el feliz cumpleaños a no se sabe quién. Ella no tenía la nacionalidad de ese barco ni  su bandera, poco le importaban los cantos que a veces se veía obligada a acompañar.

Lo peor fue el regreso, se desató una epidemia en el barco, todos confinados sin bajar a puerto. El día que salió de ahí, le pareció una liberación de la cárcel. Llegó a su casa y se sintió feliz como nunca.

Cruzó una línea sobre crucero, descartado, el rumbo tenía que ser otro. Si llamaba a Marisa escucharía su voz diciéndole que quería ir a un pub, a ver el show de la hija de una amiga, cantaba y ella no tenía ganas de salir. Se asomó a la ventana, las sombras en el jardín formaban figuras, el viento susurraba, se filtraba por las ventanas. El agua de la piscina reflejaba algo. Iría a ver, o mejor no, esperaría el día. La piscina estaba rodeada por un cerco, para que nadie entrara si ella no quería. Se había cansado de las visitas inoportunas, de los vecinos que llegaban a invadir el jardín, traían termos, mate y medialunas, dejaban las toallas por ahí, después había que limpiar, ordenar, poner más cloro. Todo eso porque era una mujer sola, ¿acaso no se podía ser feliz estando sola? Parecía que los vecinos no lo toleraban, Tuvo que poner doble candado e inventar, cuando a alguno se presentaba con cualquier excusa para meterse en el agua.

Esos vecinos que habían llegado últimamente la inquietaban, gritaban mucho, se peleaban. A veces los veía asomados a su jardín, tal vez querían saber acerca de ella. Se le ocurrió que uno podía ser un asesino. No le gustaba el aspecto, por la calle apenas saludaba. La próxima vez cruzaría si llegaba a encontrarlo por ahí. 

Descartado entonces llamar a una amiga, ninguna de las dos en las que había pensado. No tenía ánimo para escuchar haikus en inglés ni en francés ni predicciones de cartas de tarot. Su amiga inventaba, seguramente. Menos ganas tenía de ir a un pub a escuchar cantar a alguien.

Entonces ¿qué haría?

Leer una buena novela, tal vez. Una novela de misterio con un personaje como el vecino, con el pelo pintado de rojo fuego y un aro atravesándole la nariz. Un asesino del que nadie sospechaba y el móvil fuera lejano, inverosímil, se descubriría después. Un crimen donde tres amigas se reúnen una noche para comer y una de ellas termina envenenada. 

Una buena novela para disfrutar y pasar una noche llena de sombras en el jardín, de ruidos sospechosos, inquietantes como los que se escuchaban ahora. Voces desconocidas parecían aproximarse lentamente, tal vez la mano de alguien empuñando un cuchillo, la hoja de acero afilada como la que se hundiría en su espalda unos minutos después.

© Araceli Otamendi


ARACELI OTAMENDI (Quilmes, Provincia de Buenos Aires) vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde los 9 años. Graduada en la carrera de Análisis de Sistemas (Universidad Tecnológica Nacional – Fac. Regional Buenos Aires). Cursó estudios de literatura principalmente en el taller de Mirta Arlt.  Es escritora y periodista, dirige desde hace veintidós años las revistas digitales de cultura Archivos del Sur y Barco de papel.

Publicó las novelas policiales Pájaros debajo de la piel y cerveza – Premio Fundación El Libro a escritores noveles 1994 y Extraños en la noche de Iemanjá. En 2000 su antología de escritores hispanoamericanos Imágenes de New York fue presentada en el Centro Rey Juan Carlos I de NYU, New York.


Es traductora, tradujo a varias escritoras y escritores brasileños. Publica habitualmente en revistas y suplementos  literarios de Argentina y de otros países.

Es miembro correspondiente de la Academia Gloriense de Letras (Brasil), silla Silvina  Ocampo.

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