Imagem gerada pela IA do Bing |
Las alas del amanecer desperezaron los párpados de Eugenia, obligándola a dejar atrás algunas imágenes de un sueño tenebroso.
Los ojos de la habitación permanecían cerrados, la oscuridad era apenas penetrada por la luz de afuera.
La música con acordes de lluvia trepó a sus oídos invitándola a seguir disfrutando de las imágenes enredadas en su sueño, pensó que serían apropiadas para algunos de sus cuentos.
Acomodó la almohada, abrazándola, se disponía a dormir, pero el sonido del teléfono celular no se lo permitió.
No quería abandonar la calidez de su nido-cama-almohada, pero a la vez la curiosidad la ganó.
Tomó el celular, apenas pudo ver sin sus lentes, tenía un mensaje de alguien que no figuraba en sus contactos. No le dio importancia, se acomodó y quiso volver a dormir.
No pudo.
Los acordes de lluvia fueron acompañados por aullidos de viento y la música se tornó un sonido ensordecedor.
Definitivamente abandonó la idea de volver a zambullirse en las imágenes que tanto la habían motivado.
Se acordó del mensaje en el celular, con los anteojos puestos lo leyó. De pronto reparó en la foto del perfil, estaba demasiado pequeña como para reconocerla, pero estaba segura de que era él. Sí, definitivamente, al agrandar la imagen, vió que era Rolando, quien le preguntaba si ella había estado caminando por la calle Florida, que el día anterior le había parecido verla, que por eso le había escrito.
El texto del WhatsApp era distópico, comenzaba con un “che”, sin saludo previo, ni un “cómo estás, tanto tiempo”.
Eugenia dejó el teléfono, se desperezó, por un rato siguió escuchando el rumor de la lluvia devenida en llovizna. Un día así invitaba a quedarse en la cama. No estaba segura si responder el mensaje, pero finalmente escribió: ¿sabés a quién le estás enviando esto? Porque yo no estuve en la calle Florida, habrá sido un clon o tal vez un holograma.
La respuesta de Rolando fue inmediata y autorreferencial, contando sus pesares, sin preguntar siquiera cómo había sido la vida de ella en esos quince años transcurridos sin comunicación alguna.
Eugenia se quedó mirando el celular por unos instantes, luego lo arrojó a un costado, se preguntaba cómo tanto tiempo de silencio se había sintetizado en ese mensaje.
Volvió a tomar el teléfono y eliminó el chat.
El viento sur, danzando con las gotas de lluvia, ayudó a borrar definitivamente todo vestigio de la historia vivida con Rolando hacía más de veinte años y que, lamentaba, ese mensaje había llegado como basura a su mente.
Eugenia abrazó la almohada, acunada por el rumor del clima de otoño en primavera, tratando de continuar con el sueño interrumpido.Intento que no fecundó, de un salto llegó hasta su computadora, la encendió y comenzó a escribir ese nuevo cuento. No necesitó recordar las imágenes, un mensaje de WhatsApp resultó ser más motivador que el sueño tenebroso.
Graciela Pucci
Buenos Aires - Argentina
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