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Clara, se levantaba cada día viendo brillar el sol aunque lloviera. Su optimismo a toda prueba la hacía tropezar con algunas dificultades prácticas de la vida diaria. Tal vez por eso, cuando se encontró con el conde no lo reconoció. Tal vez lo podría haber confundido con Elmer Van Hess, el hombre que volvió de la muerte, una serie de terror que proyectaban en la televisión cuando era chica. El conde era algo oscuro pero Clara, tal vez, no lo quiso ver.
Fue así que el conde se le fue aproximando cada vez más. El conde, de a poco le iba sorbiendo la sangre a Clara. Clarita, como le gustaba llamarla estaba cada vez más delgada. ¿Nadie veía nada? Día a día Clara se iba apagando como una vela, la luz era cada vez más débil. Cuando terminó de beber la sangre de Clara, el conde empezó a comer la piel. Clara quedó en carne viva. ¿Nadie escuchaba nada? El conde era feroz, ávido de sangre y piel. Llegó el turno de masticar y triturar los huesos. El conde decidió finalmente terminar con Clara.
¿Nadie sentía el olor? Después de algún tiempo, alguien hizo la denuncia en la comisaría del barrio. ¿Dónde estaba Clara? ¿alguien sabía algo?
Dicen que poco después, fueron a buscar al conde a la casa. Este era un individuo de piel rosada, casi no tenía arrugas y la recepción fue cálida. Nadie pudo acusar al conde, se había vuelto una persona de lo más sociable.
De Clara, se sabe ahora, queda nada más que esta historia.
© Araceli Otamendi
Ciudad de Buenos Aires
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