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Una extraña historia de amor
Año 2010, dc. Fue una época donde una pequeña generación de robots de apariencia real, igual a los humanos, pero de material sintético irrumpió.
Fabricados en laboratorios especiales, se concibieron por computadora, tomando un gameto sintético femenino y otro masculino de robots de distinto sexo, para hacerlos más similares a los humanos. Una computadora madre se encargaba de elegir cuáles serían los genes más apropiados de los robots para concebirlos. Un robot perfecto cada vez, no deberían quedar dudas en cuanto a la humanidad. Así una vez fabricado el robot bebé, la pareja de padres robots era destruida de inmediato y con su material se producían pelotas para entrenar a las nuevas generaciones. Me interesa relatar un caso programado para ser un hombre, de inteligencia artificial superdesarrollada, delicado sentido de apreciación de obras de arte, agudeza e ingenio para desarrollar un fluido discurso, respuestas rápidas y curiosa capacidad deductiva. Esto que relataré a continuación estaba en un documento secreto que alguien depositó en la puerta del departamento que habitaba, en el Barrio Latino, París, Francia. Desconozco el autor, también el personaje anónimo que dejó el documento ahí. Ya no es un problema, lo escribió para que lo lean. Por si algo llegara pasarme, no soy yo el autor ni las palabras que encontré más tarde, un domingo, en la puerta, antes de bajar los dos pisos que me separaban de la calle. Conste.
Sin dudas, los científicos que trabajaron en el proyecto Roby II, lo llamaron así, por ser hijo de Roby I, con el que se experimentó en un grupo de robots niños, para desarrollar su musculatura.
Por efecto de las patadas que le propinaron, pensaron e imaginaron que sería el individuo adecuado para dirigir empresas cada vez más poderosas que ya casi dominaban el planeta.
Roby II y la pequeña generación contemporánea fueron criados un poco más apresuradamente que los seres humanos, ya que no podía prescindir de las necesidades de éstos.
Así, Roby II no se detenía ni a comer ni a beber, ni tenía necesidades fisiológicas, excepto dormir durante ocho horas diarias.
Se le desarrollaba el cuerpo mediante ejercicios físicos para que tuvieran un aspecto semejante a los humanos y por sobre todo se alimentaba su inteligencia no sólo con memoria artificial y miniarchivos con información que caducaría rápidamente, sino que era programado para imitar en todo a los seres humanos.
Durante horas, el robot debía contemplar en pantallas películas con escenas domésticas, ver gestos y actitudes e imitarlos. Imitar la risa, el llanto, los gestos de enojo, y de otros sentimientos sin llegar jamás a experimentarlos. Hasta debía imitar los gestos afectuosos aunque no comprendía de qué se trataba. Al llegar a los diez años cronológicos, Roby II tenía el aspecto de un ser humano de veinte años. Se lo incorporó a la sociedad humana dándole el puesto de vicepresidente de la compañía de la cual era dueño uno de los científicos que lo habían fabricado, el doctor W, no voy a proporcionar más detalles.
Roby II tenía la apariencia de un joven apuesto, varonil y su mirada tenía un brillo especial, infrecuente. La semejanza con un ser humano era asombrosa.
Fue así que la secretaria que le adjudicaron no se percató de su extraña naturaleza y aunque muchas veces no lo comprendía, tampoco se extrañaba mucho de las instrucciones que Roby II le daba.
Roby II evaluaba los informes que le suministraban las computadoras en su despacho, tomaba decisiones precisas y como no tenía la menor idea de en qué consistía un malestar físico, su capacidad de trabajo era realmente notable.
Una vez que el robot se retiraba de la compañía manejando su propio auto, se instalaba en su departamento y se conectaba a la base de datos. Consumía material de archivo de las computadoras madres.
Cuando su memoria se saturaba, automáticamente se desconectaba y empezaba a mirar programas de televisión que podrían definirse como normales. Esto era muchísimo más difícil de comprender para él. Hombres y mujeres que cantaban, otros dramatizaban aspectos de la vida diaria, practicaban deportes, nada de eso lo entusiasmaba, y menos las ridículas películas de amor, con escenas que no significaban nada para él.
¿Qué hacían esos dos en la cama? ¿qué otra cosa podría hacerse más que dormir? Se preguntaba. ¿Qué significado tenían las caricias?
El desfasaje de los circuitos era increíble. Todo el sistema que manejaba a Roby II se alteraba cuando las dudas invadían su capacidad de entendimiento y se preguntaba qué clase de monstruo era que no podía entender lo que veía en una pantalla de televisión.
Los sensibles dispositivos alertaban a la computadora central de la cual Roby II ya no dependía, pero ello activaba el alerta al doctor W, encargado de la supervisión de robot. El conflicto se solucionaba rápidamente. Roby II era sometido a contemplar escenas donde el poder tomaba cada partícula de su sensibilidad. Así se veía como el rey del mundo y podía olvidarse de esos interrogantes que tanto le molestaban.
El doctor W. lo llamaba blanqueo de los sensores y se alegraba de dejar en nuevas condiciones a su creación. Pero no bastaba con que el robot cumpliera con sus funciones. El doctor W. ideó un plan para que la vida de Roby II, fuera acorde con el puesto que ocupaba en la empresa y le asignó un barco de su compañía naviera, el Tifón I.
Así es que los sábados y los domingos Roby II se dirigía al exclusivísimo club de los científicos y otros poderosos y timoneaba el barco.
La inteligencia del robot pronto se aburrió de conducir el barco de una punta a la otra del río, de cruzar a países limítrofes y explorar islas. Sin embargo, después de varios blanqueos efectuados por el doctor W, Roby II continuó con su vida de trabajo y placer impuestos.
Si no hubiera sido por Gianina, la mujer del doctor W, ese estado hubiera durado mucho más.
El encuentro se produjo una tarde de enero, cuando Gianina empezó a sentir la piel reseca, se había expuesto al sol durante horas como un lagarto, y se lanzó a nadar en el río
Roby II vio a la mujer desde la cabina del barco y sus circuitos empezaron a funcionar de una manera velocísima. La comparó enseguida con una obra de arte, pero ¿cuál? ¿cuál?
Tenía necesidad de conectarse a la base de datos del Louvre, o del Museo del Prado, ¿quién era esta mujer que apareció en el río?
La confundía con una musa griega cuya cultura conocía. A poco de haberse arrojado al agua Gianina, el cielo se cubrió de nubarrones oscuros y sobrevino una tormenta. Roby II tomó la decisión lógica adecuada, acercarse a la mujer y ayudarla a subir al barco. Ignoraba que fuera la mujer del doctor W.
Gianina nadaba cansada en las olas, Roby II le arrojó un salvavidas, ella lo tomó y el robot la condujo hacia el barco.
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Gianina subió empapada la escalerilla y subió al Tifón I.
Inesperadamente Roby II encontró en su memoria fosilizada por la acción del doctor W. una escena de amor. Un hombre abrazaba a una mujer y la cubría con una manta. El hombre y la mujer se acercaban después al fuego de una chimenea.
Roby II hizo lo que había encontrado en su memoria: cubrió a Gianina con una manta. Gianina se dejó abrigar y junto al robot descendieron a la cabina del barco.
La tormenta se había desatado con furia, el río se agitaba y Roby II conectó el sistema de navegación automático. Ignoraba qué era lo que un ser humano debía hacer en un momento así. Gianina sentada en uno de los asientos, cubierta por la manta se sentía ansiosa por el desenlace de la situación. Roby II era un extraño que la había rescatado. Percibió enseguida el brillo inusual en la mirada de Roby II.
Si bien conocía algunos proyectos de su marido, el doctor W., ignoraba el alcance de los mismos y que existiera una criatura como Roby II.
El barco seguía navegando bajo la tormenta y el cielo había virado al gris estaño.
Roby trató de volver a la escena anterior, el hombre abrazaba a la mujer, la cubría, ambos se dirigían a un lugar cerca del fuego. Mientras tanto el doctor W. había avisado a la patrulla del río para que buscaran a Gianina.
Aunque ya no la amaba, sus ansias de poder eran tales que la consideraba una posesión más.
Roby II, cada vez más inquieto se preguntaba qué debía sentir en ese momento. Condujo a Gianina al dormitorio y la ayudó a acostarse en la cama. Ignoraba el resto de la escena.
El Tifón II seguía adentrándose en el río, haciendo equilibrio en medio de la tormenta. Roby II recapacitaba. En escenas así, con un hombre y una mujer juntos, parecían felices. ¿En qué consistía esa felicidad?
Mientras Gianina se reponía, Roby II empezó a imitar los movimientos y gestos que había visto en los personajes de las escenas.
Ni el robot ni la mujer sabían que Roby II no había sido concebido para tener ningún tipo de relación sentimental, eso no significaba nada para esa generación de robots.
De pronto Roby empezó a hablar en un lenguaje incoherente, como si estuviera recitando ecuaciones matemáticas.
Gianina se desesperaba. ¿Qué era esto?
El robot no tenía ningún tipo de sentimiento ni empatía, tampoco sabía qué le pasaba a Gianina.
La mujer asustada buscó algo para tomar, alguna bebida, estaba frente a un monstruo que recitaba números. Encontró una botella de whisky y tomó un sorbo.
Roby II la observaba, e hizo lo mismo, tomó un sorbo de whisky.
La mujer se encontraba en una encrucijada: o se lanzaba al río con tormenta y todo o continuaba en el barco con ese ser extraño que recitaba números.
Gianina se lanzó a nadar en el río, Roby II hizo un gesto de asombro, y después dijo: que me disculpe, no tengo inteligencia emocional, sólo puedo analizar, soy un robot.
© Araceli Otamendi
Araceli Otamendi - Foto enviada por la autora |
Buenos Aires, enero de 1988
Araceli Otamendi (Quilmes, Provincia de Buenos Aires) vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde los 9 años. Graduada en la carrera de Análisis de Sistemas (Universidad Tecnológica Nacional – Fac. Regional Buenos Aires). Cursó estudios de literatura principalmente en el taller de Mirta Arlt. Es escritora y periodista, dirige desde hace veintidós años las revistas digitales de cultura Archivos del Sur y Barco de papel.
Publicó las novelas policiales Pájaros debajo de la piel y cerveza – Premio Fundación El Libro a escritores noveles 1994 y Extraños en la noche de Iemanjá. En 2000 su antología de escritores hispanoamericanos Imágenes de New York fue presentada en el Centro Rey Juan Carlos I de NYU, New York.
Es traductora, tradujo a varias escritoras y escritores brasileños. Publica habitualmente en revistas y suplementos literarios de Argentina y de otros países.
Es miembro correspondiente de la Academia Gloriense de Letras (Brasil), silla Silvina Ocampo.
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